Estrategias de ajuste

Podemos adoptar dos estrategias principales para mejorar y dirigirnos hacia la calidad de vida. La primera es intentar que las condiciones externas estén de acuerdo con nuestras metas. La segunda es cambiar nuestra experiencia acerca de las condiciones externas para adaptarlas a nuestras metas.

A las salas de espera de los psicoterapeutas acuden pacientes ricos y con éxito que, al llegar a sus cuarenta o cincuenta años, se dan cuenta de repente de que una casa en las afueras, un automóvil caro e incluso una educación en una universidad prestigiosa no son suficientes para tener paz mental.

Si pudiesen ganar más dinero, estar en mejor forma física o tener una pareja que les comprendiese más, realmente serían felices. Aunque reconozcamos que el éxito material no trae consigo la felicidad, nos enzarzamos en una lucha interminable por alcanzar metas externas. Esperamos que con ello mejore nuestra vida. La riqueza, la condición social y el poder han llegado a ser en nuestra cultura los símbolos de la felicidad. Cuando vemos gente rica, famosa o apuesta, tendemos a pensar que sus vidas son maravillosas; aunque tengamos pruebas que nos indiquen que no es así.

Hacia la calidad de vida: la calidad de la experiencia

Si realmente triunfamos y llegamos a ser más ricos o más poderosos, creemos que nuestra calidad de vida ha mejorado en su totalidad. Pero los símbolos tienden a distraernos de la realidad que se supone que representan. Y la realidad es que ir hacia la calidad de vida no depende directamente de lo que los demás piensen de nosotros o de lo que poseamos; depende de cómo nos sentimos con nosotros mismos y con lo que nos sucede.

Para mejorar la calidad de vida hay que mejorar la calidad de la experiencia. Esto no significa que el dinero, el bienestar físico o la fama no tengan importancia para conseguir la felicidad. Pueden ser auténticas bendiciones, si nos hacen sentimos mejor. De otro modo, son neutrales; en el peor son obstáculos a una vida feliz. La investigación sobre la satisfacción vital y la felicidad sugiere que existe una leve correlación entre la riqueza y el bienestar. Las personas que viven en los países económicamente más ricos tienden a considerarse más felices que la gente que vive en países menos ricos.

Placer y disfrute

Cuando pensamos qué tipo de experiencia mejora la vida, la mayoría de la gente piensa en primer lugar, que esa felicidad consiste en experimentar placer; la buena comida, el sexo y todas las comodidades que ese dinero puede comprar. El placer es un sentimiento de satisfacción que uno logra cuando:

  • la información en la conciencia nos dice que hemos conseguido cumplir con las expectativas controladas por los programas biológicos o
  • por el condicionamiento social.

El placer es un componente importante al plantearse ir hacia la calidad de vida , pero por sí mismo no trae la felicidad. No produce crecimiento psicológico. No agrega complejidad a la personalidad. El placer nos ayuda a mantener el orden, pero, por sí mismo, no puede crear un nuevo orden en la personalidad.

Los sucesos capaces de hacernos disfrutar ocurren también cuando una persona ha ido más allá de lo que él o ella se habían programado hacer y logran algo inesperado, tal vez algo que nunca habían imaginado. Es después, cuando pensamos sobre ella, decimos: “realmente era divertido” y deseamos que nos suceda otra vez. Después de un suceso agradable sabemos que hemos cambiado, que nuestra personalidad ha crecido; en algunos aspectos hemos llegado a ser más complejos como resultado de ello.

Aprendizaje creciente

Es fácil de ver este proceso en los niños; durante los primeros años de vida cada niño es una pequeña “máquina de aprender”. Intenta nuevos movimientos, nuevas palabras a diario. La concentración que aparece en la cara del niño cada vez que aprende una nueva habilidad es un buen indicio de qué es el disfrute. Y cada ejemplo de agradable aprendizaje se agrega a la complejidad creciente de la personalidad del niño.

Por desgracia, esta conexión natural entre el crecimiento y el disfrute tiende a desaparecer con el tiempo. Es demasiado fácil quedarse dentro de los límites de la personalidad que se han desarrollado hasta llegar a la adolescencia. Pero si uno es demasiado complaciente, uno puede acabar por no disfrutar de la vida; el placer será la única fuente de experiencias positivas.

Sin el disfrute la vida puede soportarse, e incluso puede ser placentera. Pero puede ser así sólo precariamente, y dependerá de la suerte y de la cooperación del ambiente externo. Para ganar control personal sobre la calidad de experiencia e ir hacia la calidad de vida, uno necesita aprender a cómo encontrar disfrute en lo que sucede día a día.

Csikszentmihalyi, M. 1990. Fluir. Una Psicología de la Felicidad. Barcelona. Kairós.